domingo, 19 de abril de 2020

Ponerse en el lugar del otro

Hay palabras nuevas para cosas bastante viejas, parece ser un signo de estos tiempos, un constante rotulado de realidades que en términos objetivos difieren muy poco que cosas bastante conocidas. Hay cierta lógica de ONG (de lo que alguna vez me explayare mejor) que corresponde a esto, y consiste en inventar problemas sociales, configurar sus límites, rotularlos y venderlos a los estados para que estos habiliten fondos (a dichas ONGs) para futuras soluciones. Se inventan problemas para vender soluciones, que por supuesto serán generadas una vez acreditados los fondos. La configuración de problema se convierte en una inversión a futuro. El trabajo de la ONG se define entonces como una sobre interpretación de hechos ya conocidos que terminan siendo "visualizados" nuevamente, pero ahora con lentes nuevos. La consecuencia fáctica es que de pronto tenemos palabras nuevas para cosas viejas. Y los comportamientos y las acciones que persisten en torno a esas cosas son más o menos las mismas que pudimos observar antes, solo que al nombrarlas de otro modo, pareciera que estamos frente a un mundo nuevo. Y en el imaginario social muchos de estos encubrimientos simbólicos son bastante comunes. Se han instalado hoy en el lenguaje cotidiano una catarata de términos que vienen a reemplazar, en forma empobrecida palabras que eran bastante precisas. Estoy pensado en términos como Toxicidad, intensidad y empatía. La toxicidad, que proviene de los manuales de autoayuda del inefable Bernado Stamateas,
refiere a cierto tipo de conducta que un sujeto ejerce en relación a otros. Una influencia negativa, toxica. El tipo de metáfora, es bien conocida para quien haya leído un poco de sociología, es una metáfora biologicista. Un sujeto toxico nos dañaría con sus comportamientos, como una toxina afecta la organismo. Sin llegar a matarnos, estaríamos intoxicados por su influencia, su mala influencia. Así de pronto hablamos de gente toxica, de novios y novias toxicas, de relaciones toxicas y cuanta cosa toxica se nos pueda ocurrir. Y como toda metáfora biologicista aplicada al mundo social tiene un problema bastante conocido y es que funciona en una sola dirección. Resulta que se construye todo sobre un "ego", soy yo (el organismo, que además es concedido como cosa dada e inmodificable, cuando el ser social es todo lo contrario) y los demás, "los tóxicos". Pareciera entonces que mis comportamientos hacia los otros no guardan ninguna relación de los comportamientos de los otros hacia mí. Me desentiendo así, de mi responsabilidad sobre el mundo, o la parte del mundo que me toca, que son las cosas que hago. Ahora para definir comportamientos tóxicos, ya teníamos muchas palabras más precisas podíamos hablar de comportamientos envidiosos, egoístas, posesivos, cobardes, indiferentes, demandantes. Teníamos un universo de características muchísimo más preciso e interesante, cambiamos todo eso por la palabra toxico. Es una pérdida de conocimiento. ahora sabemos menos de lo que nos afecta de los otros de los otros, solo que nos afectan y no nos gusta.
Para la palabra intensidad, usada en formulas tales como "Roberto es muy intenso", teníamos ya la palabra "pesado" o "denso", frente a esos términos hablar de intenso parece jugar un sentido distinto, pues si ofrece alguna grado de conocimiento. No solo cierto decoro para con Roberto, que paso de ser denso y pesado a ser elegantemente intenso. Define un grado de energía o fuerza, ¿intensidad?, que esa persona le pone a su relación con las cosas. Lo que busca de mi los busca con tanta fuerza, que se vuelve pesado.

La tercer palabra que traje es empatía y aquí pretendo detenerme un poco más. Tener empatía juega en el sentido de la comprensión. De entender al otro, comprender al otro es una formula mucho más rica que la de la empatía. Cuando decimos "hay que tener un poco de empatía" venimos a usar el espacio que antes usábamos con frases tales como "ponerse en el lugar del otro" o "estar en sus zapatos". La diferencia es que el universo de la empatía, es un universo individual. Empalizar con alguien es entender su mundo intimo, su ser único e individual. Mientras que ponerse en el lugar del otro, es entender su circunstancia, el universo de relaciones en que el otro se mueve y donde se construye su racionalidad. La idea de comprensión incluye en este situar el "lugar del otro" el costado humano del mundo interior pero lo piensa en términos relacionales, lleva implícita la premisa que el sentir intimo y personal del ser debe ser explicado en su circunstancia. Por eso la compresión es una instancia superadora, se trata de entender al otro en su relación con el mundo, lo que piensa y lo que siente. Ahora cuando pasamos de ponernos en el lugar del otro a empalizar con el otro, se nos perdió el sentido relacional y con eso al mundo, es decir, el contexto. Se me dirá que para empatizar con el otro debemos conocer su circunstancia, pero eso no es excluyente, porque aquí lo que está en juego, es la construcción del otro. El otro con el que empatizar no es un sujeto social sino un individuo definido por sus emociones y sentimientos: sensaciones individuales y aisladas. Empatizar es entender su angustia, su alegría, su pena, pero pensadas como separadas de su racionalidad, porque la racionalidad se construye en el mundo social. De ahí que empatizar defina a un otro sin sociedad.

La superficie de la relaciones


Hay una relación entre el empobrecimiento de la terminología que usamos para denominar nuestros comportamientos con el empobrecimiento de nuestras relaciones sociales. Es que si tenemos menos palabras para entendernos, nos entendemos menos. Y hemos cambiado un vocabulario bastante extenso por un par de palabritas nuevas lo suficientemente ambiguas como para representar cualquier cosa o varias cosas al mismo tiempo. Hemos perdido precisión. Y entiendo que algo de esta pérdida se expresa en el volumen de nuestras relaciones sociales y podríamos decir, como una hipótesis tentativa, que se expresa también en el grado de violencia de muchas relaciones. Últimamente pienso mucho en cierto juego bastante típico en las redes. Hay que decir que las redes proliferan, capaz por excelencia, muchos vínculos débiles o superficiales, que sin embrago son catalogados sin demasiado reparo como "amigos". Como esta debilidad del vinculo no es observada, ante cualquier acontecimiento que rompa la relación se nos presenta como un sorpresivo descubrimiento de alteridad, descubrimos un otro que no imaginábamos. Y la otredad es tan abismal como monstruosa. Esto además esta tamizado por otra característica de estos tiempos, la sobreactuación moral. Entonces es muy fácil ver monstruos en todos lados, monstruos con los que hasta ayer tomábamos mate a los cuales debemos repudiar a velocidad luz para no quedar manchados con su monstruosidad. Es que así vista la monstruosidad es tan fácil de encontrar que podríamos encontrarla en nosotros mismos. Y sale entonces una frase bastante común "nunca se termina de conocer a las personas" o bien "cualquiera puede ser un hijo de puta". Con lo cual perdonamos, u ocultamos la realidad de la superficialidad de nuestros vínculos sociales (¿queremos conocer realmente a las personas?). Si resulta que Roberto, a quien consideraba mi mejor amigo, con quien tomaba mate y compartía muchas cosas, hoy descubro que es un monstruo, debería replantearme el grado de exigencia que tengo para mis amigos, o más bien el nivel de profundidad que en mis relaciones con los otros me permite conocerlos. Debería preguntarme cómo es que después de compartir tantas cosas con Roberto no me di cuenta quien era.
Podría preguntarme incluso si es cierto que Roberto es un monstruo, lo cual me pondría en una situación muy difícil, peleando con los argumentos que configuran en Roberto a un monstruo, peleando con la peor de la coerciones, la moral. Mucho mas fácil es decir que Roberto resulto ser un monstruo y que este resultar puede acontecer en cualquiera, sin mediar en mi ninguna torpeza, es decir, cualquiera puede ser un monstruo. De esto se derivan un par de cosas más, y es que si cualquiera puede ser un monstruo, todos pueden ser el enemigo, nos encontramos de pronto en una guerra constante, un mundo hostil, donde cualquiera puede merecer, de un momento a otro nuestro peor repudio. Lo que habilita a una serie de comportamientos miserables y cobardes, podría por ejemplo, repudiar sin demasiadas pruebas a un tipo con el que ayer tomaba mate. Porque puede ser el enemigo, cualquiera puede serlo, uno nunca termina de conocer a las personas. La coerción moral es más fuerte que muchos vínculos, y rompe cualquier vinculo débil. En sentido inverso se puede decir que toda moral totalitaria se discute desde la fuerza de los vínculos sociales. Y podría aventurar, ya que estamos, que debido a que en las redes sociales la pauta relacional es la del vinculo débil, los mandatos morales y sus sobreactuaciones son tan poderosas y frecuentes.





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