Durante un breve lapso de tiempo participe de la comisión del Umbral de la Facultad de Filosofía y letras. El Umbral es un centro cultural gestionado por los estudiantes que funciona en el subsuelo de la Facultad, y participa de ese juego de relacionales académicas, sociales e intelectuales de la que toda facultad da cuenta en algún sentido. La relación de la cultura con la sociedad a través de la política fue la inquietud que me acerco al umbral y sus debates. De esa experiencia provienen algunas ideas que quiero expresar en este post. Se trata de problematizar la relación de la política con el arte. En el umbral se decía, y creo que la frase pertenece a Ramiro Manduca, que había que buscar un “arte militante y no limitante”, se trataba de pensar al arte como un instrumento revolucionario. Que la política se refleje en el arte, que el arte posibilite, de algún modo, ese universo de cambios y transformaciones sociales que llamamos revolución. Yo entonces y ahora: me opongo. Sostengo que la relación aunque exista, no es ni puede ni debe ser lineal. Subordinar el arte a la política es empobrecer dos cosas. Y el empobrecimiento de la política es tan grave y servil al sistema como el empobrecimiento del arte. Ahora, que toda obra representa, en algún modo, una época, y en toda obra están inscriptas las contracciones y lógicas de cada sociedad es algo obvio. La cultura representa un mundo, pero no cualquier mundo, el mundo que vivimos y sentimos. El mundo como lo pensamos. Un análisis político del arte debería, entonces, apuntar a los elementos y lógicas que participan de ese mundo que pensamos y construimos en nuestras ficciones. Yo siempre pienso en la literatura, en los relatos, en los argumentos de los relatos. No pienso en la pintura ni en la música. En esto también soy tajante, no puede haber política en una pintura o una melodía musical. En todo caso es la crítica lo que carga de política a la pieza musical y a la pintura, poniéndolas a funcionar en determinado contexto de sentido. En alguna estructura a la que esa pintura y esa pieza musical obedecen o impugnan.
Volviendo a la literatura, a los relatos, podemos decir que nuestra cultura escribe con nosotros y los universos que inventamos, las historias que contamos dan cuenta de la sociedad burguesa a la que pertenecemos. Así, no sorprende en absoluto que Superman defienda la propiedad privada, como descubrió Umberto Eco en Apocalípticos e Integrados. Pero esta relación como se planteo hasta ahora esta incompleta, nos falta un elemento importante y fundamental; el autor. Como incide su capacidad narrativa y discursiva en esa representación. Puede impugnar, afirmar o criticar esa sociedad que representa en el relato, puede discutir su lógica convirtiendo tensiones sociales en tensiones narrativas. En el relato, en cualquier relato, la voz del autor puede entrometerse en las lógicas de la historia, discutirlas, llevarlas al limite, incluso contradecirlas. Se trata tal vez de identificar las voces, cuando habla el autor y cuando la sociedad. Pero debemos exigir eso desde la crítica. Utilizar eso como criterio para definir y valorar obras. Deben las obras que leemos dar cuenta de “nuestro” pensamiento. En otras palabras ¿es justo pedirle a Shakespeare que piense como yo?
Hay que hacer una objeción sobre el arte testimonial, ese que nos muestra las injusticias del mundo. No necesariamente eso implica un compromiso político, porque mostrar las injusticias no es discutir las lógicas y funcionamientos sociales que en el mundo conducen a esas injusticias. Un análisis político del arte es algo más complejo. Requiere primero pensar a la sociedad, al sistema social de un modo complejo. Se trata de identificar elementos, razonamientos y lógicas. Como se reproduce la sociedad en el arte, teniendo siempre presente la tensión entre sociedad y autor.
En este sentido resultan interesantes ciertos ejercicios críticos. En el Libro de Rosembreg y Gociol, La historieta Argentina, una historia (de la Flor, 2003) se incurre en ciertos razonamientos tramposos, hay una incoherencia que confunde critica con análisis. Ya he mencionado algo sobre la curiosa distribución del espacio, ahora quiero revisar ciertas lecturas que se proponen sobre algunas obras. El libro se estructura sobre personajes, los detectives, los hombres, los chicos, los militares. Con apenas una breve descripción llamada “cronologías” donde se cuenta el desarrollo de algunas publicaciones por periodos: década del 10, del 20, 30, etc. En esa cronología por ejemplo, la década del 70 titulada “viñetas populares” se ilustra con una tapa del Tony Todo Color N°214 donde claramente se ve el año de pertenencia: 1995. Se comenta sobre la popularidad de la editorial, y su competidora Ediciones Record. Se nos informa que Robin Wood “gano mucho dinero, viajo por el mundo y probo casi todo” (curiosa manera de presentar un autor) que “la abundante producción de Columba quedo relegada al mundo de la literatura marginal, junto a folletines, fotonovelas y otras ediciones populares” (46) se comenta muy poco sobre la aparición de la revista Nippur Magnum en diciembre de 1979, que empezó vendiendo (según los datos que tenemos) cerca de 130.000 ejemplares. Anótenlo, la historia de la historieta que cuentan Rosemberg y Gociol pasa por alto una revista que vendía 130.000 ejemplares en 1979. También se nos dice que a Robín Wood le pasaron “cosas tan extrañas como que Dago se publicara en Turquia o que en Paraguay hubiera una persona llamada Gilgamesh vera y en Salta, otra bautizada Jackaroe” (45) Si yo fuera una persona prejuiciosa también me sorprendería que la historietita de un paraguayo se publique en otras partes del mundo y no quiero pensar lo incomprensible que puede llegar a ser para Rosemberg y Gociol que haya gente bautizada como Diego Armando o Juan Domingo.
En toda la cronología, que como vimos contiene significativas omisiones, también se omite toda pregunta sobre la condiciones de producción de la historieta argentina. Leyendo el libro entero sabemos muy poco sobre el tipo de contrato que tenían los autores en cualquier de las épocas, ni la formas de organización sindical, ni las disputas salariales, si la hubo. No importa, tampoco, la trascendencia cultural de las historietas. Lo que si, leemos analíticamente la contratapa de Clarín donde no exigimos, cosas que, como veremos, le pedimos a Robín Wood.
En la parte mas critica del libro se analiza a la historieta argentina (como ya dijimos) personaje por personaje. El porqué de esa metodología de análisis que algo que no nos cuentan. Sobre la violencia en Dago nos dicen “a diferencia de aquellas historietas donde la violencia no se muestra, en esta ruedan cabezas y chorrea sangre” (494), algo parecido pasa con Nippur donde “los cuadritos chorrean muchas sangre. Lo primero que hace el personaje, ante cualquier situaciones es empuñar su espada, por las dudas” (488). Cosa que también hacia Sandokan, D’artagan, a veces Batman y ni hablar de Rambo. Sobre esa presencia de la violencia se reflexiona muy poco, solo nos completa la imagen negativa de las historietas de Columba. Que la violencia, la acción, sea parte fundamental de las literaturas populares es algo que el análisis pasa por alto. Hay violencia en los tres mosqueteros, hay violencia en el Eternauta, hay violencia en las películas de guerra. Hay violencia en el mundo. Tal vez todo relato que se pretenda realista y no tenga violencia seria al menos mentiroso. Tal vez la aventura precise del riesgo que supone la violencia. Sobre Amanda, se haca una interesante relación con la telenovela, el vinculo con el folletín y la cultura popular sin embargo se termina concluyendo que la protagonista aborda las vicisitudes a las que se enfrenta “con valores tradicionales bien incorporados” (250) como en todas las telenovelas, que por populares deben ser mediocres. El problema en las historietas de Robin Wood, parece ser que las mujeres son recatadas y hay mucha violencia. Es curioso como los autores se afilian al Comics Code en una pagina y luego defienden las libertades sexuales unas paginas mas adelante. Pero hay mas, y esto tiene que ver con lo que decíamos mas arriba, citando a German Cáceres se sugiere que ciertas pautas de la editorial Columba influyen en la configuración política de los relatos “Nippur no cuestiona esas sociedades de la antigüedad plenas de injusticias sociales; describe luchas sangrientas pero no menciona la explotación económica que las provoco.” (488). No entiendo mucho que debería hacer Nippur para denunciar la explotación económica en sumeria. ¿Encabezar una marcha por el medio aguinaldo y las vacaciones pagas? ¿Por la jornada de 8 horas? Tampoco entiendo que interés puede tener Columba en ocultar las injusticias sumerias. ¿Tendrá ramón Columba plantaciones de esclavos en sumeria y una maquina del tiempo (para ir a buscar sus esclavos, obvio)? Y volvemos al principio, será justo pedirle a Robín Wood que denuncie las desigualdades sociales en sus historietas. ¿Se lo pedimos también a Borges? O pasa que como Borges no hizo historietas populares, no es necesario.
Es curioso como los críticos de la historieta argentina se vuelven, con algunos autores, implacables y dogmáticos teóricos marxistas pero omiten en sus construcciones históricas toda mención a modos y relaciones de producción. Apenas un limitado catalogo de relaciones entre valores tradicionales y conductas de derecha es lo que se puede percibir. Los modelos analíticos son pobres y sesgados. Se supone por ejemplo que los modos de explotación del mundo antiguo son semejantes a las injusticias del capitalismo. El rechazo a las obras de Robín Wood tiene todas las características de un comportamiento de clase. Es el rechazo a lo popular. Las obras de Robín Wood siguen esperando una generación de críticos menos prejuiciosa que con nuevas claves analíticas puedan dar cuenta de su gigantesca riqueza creativa. Y entender en su masividad la pauta de lo popular. Que se acerquen sin desprecio a lo que leen los pobres, esos que bautizan a sus hijos con nombres de historieta. Hace poco en una entrevista que le hice a Ray Collins dijo una frase que me pareció brillante: “A Robín Podes demorarlo, pero no podes negarlo”
2 comentarios:
Ricardo,
El libro de Rosemberg y Gociol está tan lleno de errores, que es más un insulto que un acercamiemto sesgado. Se adivina a simple ojos vista que NO leyeron las historietas de las que están hablando. Eso se ve en los errores de copy/paste abundantes que tiene el libro. Sin contar los errores cronologicos, o las opiniones ajenas tomadas directamente del otro precedente de la doctrina de la historieta nacional, la Historia de la Historieta Argentina de Trilo y Saccomanno. El libro es tan malo que ni siquiera merece un análisis. Lo que sí es grave y merece una minuciosa revisión es la legitimización de ese libro y sus autores por De la Flor (el libro tiene al menos una re-edición, que no fue corregida)y, más tarde, por Continuará, el programa de TV, donde Gociol, sospechosamente aparece hablando "sólo de lo que le gusta".
Coincido. Pero a mi me preocupa la antimetodologia, el descuido por las argumentaciones, la falta de demostraciones, la ausencia de sistematizacion de ideas y argumentos. El escaso interes por relevar la totalidad de las obras y autores. Creo que tanto gociol como Rosemberg son extremadamente maleables a las opiniones de sus fuentes y a la escasa bibliografia consultada. Es un libro tan cientificamente objetable como el de Trillo que mencionas. Y creo que la legitimacion de la que es objeto se debe precisamente a ausencia de una analisis critico, atento a procedimientos metodologicos claros que ponga sobre la mesa todas las falencias.
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