La industria cultural, como toda industria, normaliza su producción. Condición necesaria para producir en masa, para maximizar el beneficio. Mientras más parecido sea lo que se produce mas fácil será producirlo, y tal vez hasta resulte más barato. Entonces, la industria cultural tiende a homogeneizar aquello que propone por cultura. Pero esta homogeneización de la producción implica una serie de constricciones dispuestas a operar sobre aquellos que producen esa cultura, entiéndase por esto a los autores. El resultado de estas operaciones no es otra cosa que el disciplinamiento de los autores, la normalización del arte. No se trata en este post de hablar sobre las manipulaciones de la industria cultura ni de la mercantilización del arte, sino de un poder mucho mas sutil con que el opera, el poder de la disciplina. En palabras de Foucault “el poder disciplinario es un poder que en lugar de sacar y retirar, tiene la función principal de ‘enderezar’ conductas…no encadena las fuerzas para reducirlas, lo hace de manera que pueda multiplicarlas y usarlas” (Vigilar y castigar 2002:175) Es un poder sutil que trabaja sobre la percepción del mundo, que se introduce en nuestra forma de sentir y comportarnos; que manipula el cuerpo, que da forma, que modifica y perfecciona “la disciplina ‘fabrica’ individuos”(ídem) De los cuerpos dóciles podemos pasar a las mentes dóciles, los modelos de cultura, los modelos del arte. Podemos decir, ya pensando dentro de nuestra inquietud habitual que la disciplina puede también fabricar autores. Ya entrando dentro del ámbito de la historieta, la pregunta sería; cómo las casas editoriales han disciplinado a sus autores. Cómo han impuesto una manera de ver y representar el mundo, como han ejercido ese poder que convierte a los actores en objetos e instrumentos. Cómo han establecido los patrones del entretenimiento. De lo masivo.
Así nos encontramos con los géneros, con las historietas del mercado y las otras historietas, las de vanguardias o las de autor. Perdiendo, en la distinción, que la historieta de autor no es menos disciplinada que la historieta de género, ya que ambas participan del mercado. Y nos encontramos con algo, todavía más interesante y sobre lo que pretendo reflexionar aquí. Se trata de esa imagen romántica del autor que produce un arte valioso dentro de los márgenes del mercado, que trabaja dentro de la industria, de esa historieta comercial, de género, masiva, disciplinada, pero que encuentra, sin embargo, ciertos resquicios. Fisuras donde proponer algo distinto, novedoso. En términos no menos románticos; un arte valioso. Dice Lucas Berone en “Las pesadillas de H. G. Oesterheld: constitución de una mirada oblicua”: “Héctor Germán Oesterheld es el otro de la literatura argentina. Enfrentado a la disyuntiva entre literatura y mercado, optó inequívocamente por escribir desde las restricciones impuestas por el segundo, y esto lo marginó definitivamente del campo de prestigios y justificaciones definido por la primera.” Idea que me llama mucho la atención. Luego de leer estas líneas, quiero pensar en el aparato disciplinario, en el sistema de restricciones que encontró Oesterheld para llevar adelante su producción. Y entonces me pregunto como habrán funcionando las restricciones en editorial Frontera, donde Oesterheld produjo la mayor parte de su obra, editorial donde el, además: era ¡el dueño! Más allá del tema de las restricciones de la literatura. Que Berone parece no apreciar como si la literatura no fuese parte, también, de un mercado. Mercado sobre el cual se constituyo el mercado de historieta. La cultura de masas se constituye a la par del mercado editorial.
Y es que creo que esa mirada romántica sobre Oesterheld oculta el funcionamiento real de la disciplina porque omite su estado de excepción. Hay que demostrar como se censuraba a Oesterheld, como se le imponían conceptos y temáticas. Como se lo disciplinaba. O si él mismo disciplinaba a sus colaboradores. Si la obra de Oesterheld encontraba límites, estos no eran límites impuestos por el mercado sino limites de prestigio cultural. De posición y valoración de obras, solo así es entendible que Oesterheld sea el “otro de la literatura”. A veces pienso que hay momentos, campos novedosos donde la disciplina aun no ha podido llegar, donde la normalización todavía no ha conseguido constituirse. Donde no se sabe exactamente que es lo que funciona, lo que vende. Entonces todo es experimentación. Son ámbitos de novedosa libertad. Y es ahí donde el arte explora las libertades que la cultura propone. El preciso momento en que la cultura de masas coincide con la cultura popular, cuando se convierte en su reflejo. Pero esto no puede pasar sin libertad artística. No puede pasar dentro de la normalización de la industria cultural. Hay algo mas que nos oculta esta mirada romántica del obrero creativo, y es que enmascara una parte del rol del editor. La audacia. La pregunta es si la industria de historieta argentina de los 50 era capaz de generar las obras que genero Oesterheld. De generar esos personajes, esas historias. De editarlas. Oesterheld no solo fue el autor del Eternauta, también fue el audaz editor que puso esa historieta en el mercado. Como editor decidía lo que escribía como autor. Y puso a jugar un nuevo esquema de escritura. Con propósitos tal vez más literarios. Con una novedosa construcción de valores y sentidos. No es algo por lo que un editor mediocre hubiese sabido apostar. Si todo eso, si toda esa riqueza creativa abundaba en los época dorada de los 50, no entiendo porque solo recordamos a Oesterheld.
2 comentarios:
Che, me pareció buenísima la nota, eh.
Tirás un par de ideas muy precisas y que, al menos para mi, son bastante nuevas.
Me quedo pensando en cosas. Gracias.
Gracias por leer, Fran. Abrazo.
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