Las fantasías no duran por siempre, algo se interpuso entre nosotros; es que Guadalupe tenía un conejo. Y cada vez que la invitaba a salir el conejo aparecía como un muro infranqueable, una promesa trágica. Una vez la invite al cine a ver una película sobre la revolución francesa. Estaba emocionado; Guadalupe me había dicho que si. Por fin nos íbamos a encontrar fuera de la facultad, fuera de las obligaciones académicas, lejos de las aulas. Esa noche sentí que tocaba el cielo con las manos hasta que sonó el teléfono. “Disculpame Ricardo no voy a poder ir a ver esa película tan interesante que queres ver, porque mi conejo se siente mal y no puedo dejarlo así. Me dice ‘anda con Ricardo, divertite’ pero no puedo dejarlo solo…discúlpame Ricardo…porfi…”
Me costó juntar fuerzas para volver a intentarlo, es que yo le tenía miedo. Capaz no a ella sino a lo que quería sentir con ella. Pasaron unos meses hasta que la volví a llamar. Le hable del museo de arte moderno. Había una muestra de estalactitas rusas y aeromodelismo. Me dijo que le interesaba, que podríamos ir. Al día siguiente me llamo, y esta vez por el teléfono escuche “Ricardo, mi conejo se recibe de abogado, no puedo dejarlo en un momento así…es algo muy importante para él”. Resignado y triste, respondí “está bien, te entiendo Guada” y su dulce voz, taladrando mi corazón dijo “gracias Ricardo…vos sos copado de verdad…”
Empecé a odiar a ese conejo, y no voy a negarlo; pensé en matarlo. Por eso compre el veneno para conejos marca ACME y me hice amigo de un tal Elmer. Me pase días enteros planeando un crimen, dando vueltas en mis ideas más oscuras. Sin darme cuenta que solo perdía mi tiempo. Uno tiene que aprender, a veces, a aceptar las cosas como son. Aunque cueste, aunque duela. El veneno descansa a un costado de mi pieza, ya inútil, ya vencido. Y dibuje una historieta sobre un conejo triste que la pone poco. Es mi venganza contra el que me robo a Guadalupe. Ese conejo puto.


