Aunque la ilusión de cambio no debe engañarnos es innegable que un significativo numero de procesos sociales, tecnológicos y económicos están generando un nuevo ecosistema cultural. Y creo que esta nueva realidad implica no solo nuevas estrategias de análisis, sino también una revisión consciente de los procesos que anteceden a estos cambios. Pienso que aún no habíamos terminado de abordar el mundo de los medios de comunicación y sus implicaciones culturales y sociales cuando el cambio tecnológico ha modificado dramáticamente el paisaje.
Fue una obsesión de mis intervenciones en este blog encontrar y articular los vínculos entre la cultura y los medios de comunicación, no solo como emisores y receptores de cultura sino también como instituciones culturales en sí. Eso forzaba a replantear y de alguna manera abolir la dicotomía de arte/mercado, ya que el principal objeto de los medios de comunicación, su moneda de cambio, el principal mensaje, es justamente un objeto artístico. Mas allá de la información, lo que circulaba y daba contenido a los medios de comunicación era la producción artística. Los medios que asimilamos al noticiero y el diario, estaban surtidos de objetos culturales que en muchas ocasiones sino todas, cumplían el rol de ser el principal imán para el público. Los diarios intercalaban las noticias con literaturas e historietas, en las radios estaban los radioteatros y los espectáculos musicales, en la tele están distintas formas de entretenimientos culturales llegando a las series de televisión, todo eso configuraba una cartografía cultural donde la noticia se intercalaba con el arte. Y finalmente el arte se vinculaba como noticia, ya sea a través de la la crónica de un hecho artístico (un show musical) o como noticia de un suceso cultural en sí (la edición de un nuevo libro). La primer y más dramática transformación en el paisaje cultural, voy a anticipar, es justamente esta reformulación del objeto cultural, su transformación, escindida del soporte físico, su reducción al contenido digital, su nueva realidad como información. Lo que dinamita primero sus formas de financiamiento y luego la convierte en competencia directa de la información misma. Y el segundo gran movimiento, que vamos a identificar ahora, temerariamente por supuesto, es la desvinculación del contenido artístico con el otro contenido, con la información en términos tradicionales. Curiosamente en el momento en que el objeto cultural se escinde de su soporte físico, cuando se convierte en información es cuando desaparece del universo que compartía con la otra información, con la información tradicional, la noticia. El arte abandona la tele.
La doble extranjerización.
La televisión fue el dispositivo central de la cultura moderna hasta hace poco. En la televisión estaba todo, y lo que no estaba, podíamos decir que no existía. Los minutos de fama, eran los minutos de la televisión. Allí se concentraba la mayor parte de los recursos publicitarios, los medios de comunicación se construyeron, donde las leyes lo permitían, como estructuras horizontales, grupos de medios, que en general incluían diarios, radios y canales de revisión. Los estudiosos de medios hablaban de convergencia, transversalidad, expansiones horizontales, Star System. En EE UU, las rígidas leyes que garantizan la competencia, limitaron la propiedad cruzada, para que la expansión de Hollywood no canibalice las lógicas de la televisión. Y aquí hay que hacer la primera observación que deriva del primer movimiento que mencione más arriba, el soporte físico del objeto cultural implicaba una lógica de financiamiento, imponía una actividad económica genuina, material. La industria cultural estaba montada sobre una industria material de objetos de escaso valor, pero que, al contener obras artísticas se valorizaban artificialmente.
Los libros, los discos, las revistas y en el caso particular del cine, la entrada, eran objetos invisibles sobre los cuales se yuxtaponían los otros objetos culturales que en realidad comprábamos, nunca compramos papel impreso encuadernado, compramos libros. Esta lógica económica (el autofinanciamiento), que pertenece a la industria cultural, no funciona igual para lo medios audiovisuales, la radio y la televisión no se autofinancia, sino que sus recursos económicos responden a la lógica del mercado publicitario. En otras palabras, la radio y la televisión dependen de sus anunciantes. Esa es consecuencia más significativa del primer movimiento, cuando desparece el soporte y el objeto artístico se transforma en información -y podemos a partir de aquí hablar de “contenido”- pierde su principal forma de financiamiento. Ahora encuentra dos alternativas, vender el servicio de información (mecanismos de acceso y descarga) o bien subordinarse a las lógicas de los medios audiovisuales y “monetizar” de alguna manera, a partir de un mecanismo publicitario. Y aquí es cuando vemos que la normativa norteamericana, que siempre impidió a los estudios de cine comprar medios, implica una verdadera defensa de la competencia en tanto defiende las condiciones de acceso al mercado publicitario. Es que la existencia de grandes medios con formas de financiamiento distintas a la de los medios reales, es decir, a su actividad económica genuina, lleva a la aparición de grandes jugadores con situaciones privilegiadas de mercado que llevan a la concentración, y que, a su vez, generan severas distorsiones económicas. Esto hay que pensarlo desde dos lugares, por un lado, esta concentración centraliza los recursos publicitarios en pocos actores y, por otro lado, encarece el costo publicitario por medio de la lógica de monopolio, habiendo pocos medios, y cartelizados, el costo de la pauta aumenta. En nuestro país la profunda concentración mediática ha conseguido que los costos de la publicidad sean inaccesibles para la gran mayoría de las empresas argentinas. Solo las más grandes empresas argentinas y las aún más grandes multinacionales extranjeras tienen recursos suficientes para pagar la publicidad en la tele. En decir, la publicidad que financia la circulación de la cultura y en muchos casos la cultura misma, está en pocas manos, y extranjeras.
A esta extranjerización de recursos publicitarios se suma además la extranjerización de la propiedad. Aunque ahora se observa un retroceso, es importante notar que hasta hace poco de los 4 canales privados de aire (con llegada nacional) dos eran de propiedad extranjera (en el caso de la radio y las editoriales el porcentaje de extranjerización es mayor o absoluto). Esta doble extranjerización de los medios (por vía de la extranjerización de la publicidad y extranjerización por vía de la propiedad) es uno de los motivos de la debacle televisiva argentina, cuya característica actual es su bajo nivel de producción y escasa competitividad a nivel internacional. Mientras los canales de toda américa latina aun producen series y telenovelas que podemos ver en Netflix, la televisión argentina solo produce programas de panelistas que con leves variaciones remiten al formato del viejo “Tribuna Caliente” de la televisión de Gerardo Sofovich. Al lado de esto las poderosas multinacionales extranjeras que cobran miles de dólares por los segundos de publicidad nos ofrecen series de más de 50 años como ser “el Zorro” o “el chavo del ocho”.
El nuevo ecosistema y las nuevas contradicciones.
Si la televisión fue el dispositivo central de la cultura moderna, hoy podemos decir que ese lugar lo ocupan los celulares. Y si el principal agente de esa configuración anterior de medios eran los grandes multimedios, que englobaban redes de radio, televisión y diarios, hoy el principal agente son las plataformas de redes sociales, que llevan contenido a través de los celulares.
Vuelvo ahora al segundo movimiento, la desaparición del arte de los medios. Ya identifiqué dos crisis, la crisis del soporte que representa una gran crisis económica para la industria cultural tal como la conocimos hasta ahora, y una gran crisis de centralidad comunicacional con el reemplazo de la televisión por los dispositivos móviles. La primera representa un problema de financiamiento para las producciones artísticas y la segunda un gran problema de llegada para los medios de comunicación. La crisis de financiamiento (y rentabilidad) de las industrias culturales conduce a su desaparición de los medios como anunciantes, aparejando también la desaparición del arte como noticia de consumo, y, por otro lado, la crisis de llegada de los medios de comunicación se traduce un redireccionamiento de la pauta privada. El mercado publicitario ya no mira a la tele y la radio con la misma atención. Esto se puede ver con claridad en los distintos estudios sobre el mercado publicitario, donde el rubro “digital” ya supera en asignaciones al rubro “televisión”. Así se puede ver, por ejemplo, en el relevamiento de la CAAM (la Cámara Argentina de Agencias de Medios), donde se observa que para el año 2024 la publicidad en medios digitales significo el 43,3% del mercado, con 423.864 millones de pesos, mientras la televisión ocupo el 34,2% con 333.355. Tendencia que se viene manteniendo desde el 2023.
Hay que notar también, en sintonía de lo que vengo diciendo aquí, que el mundo digital introduce nuevos anunciantes, ya que la naturaleza de las redes implica la posibilidad de múltiples accesos, no solo como consumidor sino también como proveedor de contenido y principalmente como anunciante.
Y aparecen aquí varios actores nuevos de este nuevo ecosistema, el “micro anunciante” y el “creador de contenido”. El primero es un pequeño empresario, ya sea emprendedor o comerciante que con escasos recursos puede acceder a cierto grado de circulación por la red. Este nuevo actor no podía aparecer en el esquema anterior, ya que los altos costos de la publicidad dejaban afuera a un gran número de actores económicos (incluso con mayores recursos). Y el segundo actor, el “creador de contenido” es un usuario cuyas publicaciones consiguen mucha respuesta (seguidores, likes, espectadores). Es decir, es un usuario que produce audiencias. La pregunta ahora es ¿Qué es lo que genera atención en este nuevo ecosistema?, ¿Qué contenido produce públicos, audiencias? Porque es ahí, donde se encuentra la audiencia, donde se dirigirá la publicidad. ¿Qué relación tiene con el arte ese contenido que hoy produce audiencia? No pareciera que el arte en este nuevo ecosistema pueda ocupar el lugar que tenía en el anterior, ni como objeto de atención ni como noticia, el arte ya no funciona como imán de audiencia. Y si lo hace, no lo hace de la misma manera.